Para poder comprender de mejor manera estos postulados, el Rector se centró en grandes hitos, como la muerte térmica del universo, el Big Bang, y los ajustes finos.
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“La etapa universitaria es el momento de apuestas vitales y trascendentales. Se requiere coraje para hacerlas valer, como lo hacen quienes abrazan el espíritu águila UPAEP”, animó el Dr. Emilio Baños

Por: A. Miguel / www.muraleducativo.com

El mundo puede ser visto como una obra de arte con un autor, Chesterton nos sugiere la existencia de una conexión entre la magia de la naturaleza y la presencia de un creador; señaló el Dr. Emilio José Baños Ardavín, Rector de la UPAEP durante la ceremonia de Primera Cátedra y toma de protesta del Consejo Universitario de esa institución, que tuvo lugar este lunes 12 de agosto.

Ante miembros de la Junta de Gobierno, autoridades y una porción representativa de la Comunidad Universitaria reunida en el auditorio del Centro de Vinculación de la universidad, el Dr. Baños Ardavín destacó que, en la nueva Visión estratégica de UPAEP hacia el año 2033, se plantea el reto de hacer “posible, atractiva y pertinente la vinculación de la fe y la razón”.

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“No se trata de un mero ejercicio de especulación, se trata de una actitud ante la vida que exige congruencia respecto de la que supone una ciencia bien hecha, con rigor, que a su vez se ilumina con la perspectiva de fe, y ésta se robustece con el aporte de la razón, de tal suerte que se fortalezcan los soportes vitales que le dan sentido a la existencia humana”.

A lo largo de la historia, los debates sobre la naturaleza del universo han sido fundamentales. Citó la obra “Dios, la ciencia, las pruebas” de Michel-Yves Boloré y Olivier Bonnassies, que explora los desarrollos científicos y las implicaciones filosóficas sobre el origen y el destino del universo.

La cátedra discutió dos teorías sobre el universo: una material y eterna, y otra creada y finita.

La cátedra discutió dos teorías sobre el universo: una material y eterna, y otra creada y finita. Según los autores franceses, si el universo es sólo material y eterno, no tendría ni principio ni fin, y los conceptos de bien y mal serían decididos sin un principio organizador. En contraste, si el universo fue creado por un Dios, se esperaría que tenga un principio y un propósito, con un orden que refleje ese propósito y que sea comprensible un orden (armonizado con tal principio y finalidad) y sería inteligible.

Para poder comprender de mejor manera estos postulados, el Rector se centró en grandes hitos, como la muerte térmica del universo, el Big Bang, y los ajustes finos.

La “muerte térmica del universo” es una idea de la física que describe cómo podría terminar el universo en el futuro. Según la termodinámica, cualquier sistema tiende a volverse más desordenado con el tiempo. Sin energía o información nueva, el sistema evoluciona de un estado ordenado a uno más desordenado.

Según esta teoría, con el tiempo, el universo llegará a un estado en el que toda la energía se habrá distribuido uniformemente, y no habrá más fuentes de energía disponibles para hacer trabajo.

Tras esta afirmación, el Rector explicó que el universo, al tener un final, necesariamente tuvo un comienzo. Esto, según el argumento del kalam, que sigue la lógica cristiano-musulmana de que todo lo que comienza tiene una causa. Por lo tanto, dado que el universo tiene un comienzo, debe tener una causa. Además, en su origen, el universo estaba organizado de manera notable; todo en el cosmos estaba calculado de manera fantástica”.

Al referirse al Big Bang, hizo referencia a Albert Einstein, quien, con su teoría de la relatividad general, estableció que la materia y la energía pueden deformar el espacio y el tiempo. Basado en esta teoría, el físico ruso Alexander Friedmann propuso en 1922 que el universo está en expansión.

Más tarde, en 1927, el sacerdote y cosmólogo belga Georges Lemaitre avanzó la idea de que el universo comenzó a partir de un “átomo primitivo” que contenía toda la materia y energía.

El descubrimiento crucial ocurrió en 1964, cuando los ingenieros Arno Penzias y Robert Wilson, al trabajar con una gran antena, detectaron una radiación de fondo proveniente de todas las direcciones del universo. Esta radiación, una remanente del Big Bang, confirmaba las teorías previas y les valió el Premio Nobel de Física en 1978.

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