En relación con las perspectivas de impactos y pérdida de puestos de trabajo, éstas se han transformado, de ello dan cuenta tanto los datos exhibidos recientemente por el Fondo Monetario Internacional (FMI)
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Por: Luis Escobar Ramos / www.muraleducativo.com

Para continuar abordando “El Trabajo ya no es lo que fue”, debo mencionar que otro de los ejes que Supiot toca es el relativo a “La ficción del trabajo mercancía”, asunto que para quienes estamos inmersos en el mundo del trabajo representa un tema álgido, ya que bajo el modelo neoliberal que ha prevalecido durante casi 40 años.

Y enfrentamos continuamente esta percepción, misma que ha degradado sobremanera la esencia del trabajo y que defendemos con argumentos que parten de que éste no es separable de la persona del trabajador, ya que la naturaleza de su realización sobrelleva impulsar un compromiso físico, una inteligencia y unas competencias que se asientan en la singularidad histórica de cada persona.

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Dentro de ese entramado también se manejan conceptos que de repente se utilizan de manera recurrente pero que es necesario desentrañar para luego con plena conciencia, tomar la decisión de utilizarlos o no; uno de ellos es el de “capital humano”, que data de hace muchos años y se dice que su inventor fue Iosif Stalin, teniendo como riguroso sentido el activo de los libros contables de los propietarios de esclavos, lo que en lo personal me lleva a la percepción de que cuando lo utilizamos actualmente incurrimos en una denominación errada de cómo nos debemos referir a los trabajadores en la actualidad y sí por el contrario, su utilización nos encierra en la representación del trabajo ajustada al siglo XX, siendo que hoy estamos en la revolución informática y la crisis ecológica, por lo cual nos debemos desprender de esa visión anterior.

Debo decir que, el modelo neoliberal no ha llevado a reabrir un debate democrático sobre el punto de saber qué producir y como hacerlo, sino que ha dictado a los estados nuevos objetivos cuantificados de disciplinas presupuestarias o monetarias y de reducción de impuestos y de prestaciones sociales; es decir, más allá de conducir el debate hacia el análisis y mejora de los procesos de trabajo (productividad), sólo lo han centrado en la visión y objetivo de aumento de los márgenes de utilidad.

Lo anterior, nos lleva a un escenario actualmente, tanto en las empresas como de los países, en el que la explotación del trabajo ya no se finca sobre la promesa de un enriquecimiento, sino en la amenaza del desclasamiento, de la pobreza y de la indigencia. Incluso en las empresas esta amenaza acoge la forma de lo que llaman “gestión por el miedo”.

En el ámbito público, decía el poeta francés Jacques Rigaudiat (París, 30 de diciembre de 1898- 5 de diciembre de 1929) consiste en utilizar la deuda como “un arma de disuasión social masiva”; lo que en ambos casos reduce los alcances de la justicia social a los términos cuantitativos del intercambio salarial- intercambio de tiempo de trabajo subordinado contra garantías de seguridad física y económica.

Así mismo, el trabajo no sólo debe ser concebido como el medio para obtener un salario, sino debe tener una razón de ser, en la que se reconoce un sentido; para que una obra sea exitosa se hace necesario que los que trabajan en ella perciban ese sentido; de otra forma se cae en la amenaza de que el trabajo sólo tiene como razón de ser el aspecto financiero.

Haciendo una reflexión más profunda sobre estas últimas líneas, que parecieran teoría pura, pero que no lo son hoy más que nunca, ya que nos encontramos en un punto en el que requerimos un profundo análisis, debido a que vivimos una revolución digital, en la que entra en juego la prevalencia del trabajador en los nuevos procesos de trabajo, tanto para obtener recursos económicos como para la dignificación como ser humano; así también, ese análisis debe alcanzar el aspecto de la crisis ecológica que vivimos, lo que necesariamente nos lleva a contextualizar el trabajo desde el punto de vista de la preservación de la vida y de la herencia que debemos entregar a las siguientes generaciones.  

Lo anterior, debiera llevarnos a repensar la justicia social en el siglo XXI, cuya definición actual le asigna 2 dimensiones: la distribución de las riquezas y el reconocimiento de las identidades; no obstante, con la prevalencia cultural del neoliberalismo, la justicia recognitiva, que tiene como parámetro el ser, desapareció de la agenda política la justicia distributiva, cuyo parámetro es el tener. De ahí que urge reducir las desigualdades de las riquezas, que se han profundizado por la construcción del Estado social.

Sin embargo, reestablecer la justicia distributiva no será suficiente para responder a los desafíos tecnológicos y ecológicos del presente; en consecuencia, se deberá tener en cuenta el carácter insostenible del modelo de desarrollo globalizador.

Entonces, desde la perspectiva de una mundialización respetuosa de la diversidad de las culturas y de los entornos naturales, conviene abrirse a una tercera dimensión de la justicia social: la de la justa división del trabajo, que toma como parámetro el hacer, responde al reto planteado por la revolución informática.

Tomando como base la definición de justa división del trabajo contenida en la Declaración de Filadelfia, podemos encontrar una orientación que lleva a fijar un objetivo para todas las naciones del mundo, basándonos en que los trabajadores sean empleados en “ocupaciones en las que puedan tener la satisfacción de utilizar de la mejor forma sus habilidades y conocimientos y de contribuir en el mayor porcentaje al bienestar común; fórmula que enlaza el sentido del trabajo, del ¿porqué trabajar?” (para contribuir mejor al bienestar común) y la de su contenido, del ¿Cómo trabajar? (al tener presente la satisfacción de aportar en la medida de su habilidad y sus conocimientos.

La siguiente semana concluiremos con este tema, saludos cordiales.

Luis Escobar Ramos

Email: lescobarramos67@gmail.com

Twitter @LUISESCOBARRAM6

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